Hace ya cinco años que las cosas cambiaron de golpe. Antes todo eran gruas, hormigón y ladrillo, hasta en los pueblos mas pequeños y con menos necesidades de viviendas. Hicimos que las ciudades se comieran el campo en exceso y sin control, y hoy podemos ver por todos lados los restos de aquel banquete, mal digerido. El campo intenta recuperar su terreno en unas obras que abandonamos como si ellas y no nosotros fueran las culpables de los excesos. Vegetación que crece entre acero y hormigón nos recuerda que el tiempo sigue pasando y que todavía nos queda mucho para volver a la normalidad. Seguramente muchas de estas obras no se lleguen a terminar nunca, por falta de interés económico y porque la normativa urbanística y de construción ya ha cambiado y volverá a cambiar antes de que se reanuden los trabajos, dejandolas obsoletas. Su destino será el derribo si no colapsan solas antes.
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