Lo vieron anunciado en televisión y a todos les pareció una buena idea. Una mezcla entre un puzle y un juego de anatomía que a los hijos pareció divertido y a los padres educativo, repartido en entregas semanales durante un año. En fascículos, como se suele decir, acompañando una pequeña enciclopedia dividida en capítulos. El primero de ellos anunciado a un euro y los dos siguientes a poco más. El resto anunciado en una letra tan pequeña y pasando tan rápido por la parte baja de la pantalla que nadie se paró a leer, absortos por los llamativos colores de los diferentes órganos del cuerpo humano. Los padres vieron una forma barata de conseguir un producto interesante, con el que sus hijos se divertirían aprendiendo, y sólo lo dudaron durante la hora y media siguiente, que sus hijos llenaron de pesadas súplicas. Si les gusta tanto como para dejar de ver el Canal Disney durante hora y media, merecerá la pena.
Al día siguiente estaban todos en el quiosco para recoger el primer fascículo y al rato tenían en casa el cráneo completo. Huesos, ojos y cerebro. Cada semana una visita al quiosco, cada semana el puzle mejor formado, cada siete días aprenderían algo más de cómo estamos hechos por dentro, ahí dónde todo el mundo dice que hay que buscar la belleza.
Pasaron dos meses y Martín, que era el nombre que pusieron al esqueleto, estaba arrinconado detrás de una puerta. Los niños se habían cansado de esperar toda una semana para poder componer algunas piezas más, y todo un año para tener un juguete terminado. No resulta divertido poner y quitar más una mandíbula cuando lo has hecho ya diez veces. A los cuatro meses fueron los padres los que se aburrieron de pagar semanalmente una cuota tan diferente a la inicial por un juguete que no parecía estar terminado nunca. Dejaron de ir al quiosco con la menor excusa, que fue la semana que pasaron de vacaciones fuera. El quiosquero les había dicho que él les guardaría el paquete una semana, pero ellos prefirieron hacer oídos sordos, y al lunes siguiente les resultó más fácil dejar a Martín a medias, porque ya habían perdido la opción de ponerle el brazo derecho. Todos descansaron. Menos Martín, que se quedó en los huesos.
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