Curro es un perro negro, así que un inglés le llamaría Blacky. En castellano su nombre es Curro como podía ser Pancho, porque es como se llaman aquí los perros, y Negrito no queda tan bien como en inglés. Curro es grande y pasea tranquilo de la correa de su dueña, sin asustarse por estar rodeado de esos animales altos iguales a su dueña que le tapan el cielo y sin hacer caso tampoco a esos otros perros que defienden su espacio cuando se cruzan con él. Su dueña está tranquila así que él está tranquilo. Ella decide entrar en una tienda pequeña, así que lo deja en el umbral para no molestar a otros clientes que no están acostumbrados a los perros. Suelta la correa junto a la puerta pero no la ata. Le acaricia el lomo y Curro se tumba. Sabe por experiencia que le toca esperar un rato. Durante quince minutos varios niños se acercan, y no todos con buenas intenciones, pero Curro se mantiene tranquilo mirando hacia dentro de la tienda, vigilando que todo es normal alrededor de su dueña. No ladra, ni si quiera menea el rabo. Pasan mas perros que sí le ladran a él con las correas tirantes entre sus cuellos y las manos que les llevan, pero Curro les contesta con ignorante desprecio. Su dueña vuelve con bolsas y Curro solo se levanta cuando nota una imperceptible señal, y es que sabe interpretar las intenciones antes que los actos. Al dar la vuelta a la siguiente esquina se habrá cruzado con otras veinte personas y la mitad no ha advertido su presencia. La educación se nota ahí, en la ausencia, y Curro actúa como si estuviera ausente. Por desgracia no todos los dueños tienen educación suficiente para transmitírsela a sus perros, y sus perros lo demuestran llamando la atención.
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