La lluvia cae hace horas desde un cielo tan bajo que casi se pueden tocar las nubes, unas nubes que se enganchan al pasar por las chimeneas más altas. El agua que cae provoca un continuo y sordo sonido al estrellarse sobre la que está acumulada en la piscina, que lleva meses sin recibir más visitas que la del jardinero, y acumula muchas más cosas a parte de agua. Sólo se oye el agua caer, golpeando también los toldos sobre las ventanas, las tejas sobre las casas y los paraguas sobre las personas. Llueve y los vecinos pasan en silencio junto a la piscina sin mirarla si quiera, como no queriendo pensar en los meses de verano pasados ni por llegar, y es que los pantalones y los zapatos calados ahuyentan rápido cualquier recuerdo que huela a verano. Sólo los niños disfrutan hoy al notar los pies arrugados dentro de las botas de goma. El agua en agosto relaja los músculos y en enero los contrae, y hoy todo el mundo se aprieta contra si mismo huyendo de la lluvia. El día parece avanzar sólo en el reloj, porque las nubes amortiguan la luz del sol de tal forma que no se sabe dónde está. Es un día gris como no estamos acostumbrados, monótono y triste, un día en el que echar de menos la piscina, igual que sin duda nos echa de menos ella.
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