No estamos acostumbrados a la lluvia y no estamos preparados para ella. Nos llueve dos días seguidos y se nos moja hasta el carácter a parte de otras muchas cosas. Salimos de casa con el abrigo puesto, el paraguas en una mano, y en la otra todo lo que solemos llevar normalmente en las dos: bolso, carpeta, llaves del coche y de casa, teléfono... vamos metiendo lo que podemos en los bolsillos que podemos y al llegar al coche sacamos las cosas de los bolsillos del abrigo, nos quitamos el mismo para no mojar el coche y no pasar calor, cerramos el paraguas y al guardarlo en el coche lo terminamos empapando todo. Siempre hay algo que no encontramos y no sabemos en qué bolsillo está y empezamos a desesperarnos. Al llegar a donde sea que vayamos la operación contraria: ponernos el abrigo dentro del vehículo con la incomodidad que supone, o ponérnoslo fuera con riesgo de mojarnos; sacar el paraguas por delante, volver a coger los trastos y repartirlos por los bolsillos mientras agarramos el paraguas con el cuello y comprobar que las llaves del coche siguen puestas. En fin, toda una odisea, y todavía no se nos ha caído nada al río que baja por la calle provocado por las alcantarillas sin limpiar, sólo hemos metido los pies hasta los tobillos. Al menos seguimos teniendo el paraguas que sin duda olvidaremos al salir de donde sea que hayamos ido, porque en ese rato ha dejado de llover, y no lo volveremos a echar de menos hasta que estemos en la puerta de casa y tengamos que salir del coche a pelo, porque ha vuelto a llover y está apretando más que nunca. En ese momento es cuando pensamos: "La lluvia vendrá muy bien para el campo, pero ya podía llover mientras estamos dormidos".
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