Cuando uno piensa en la Costa del Sol imagina arena en la que se solapan unas toallas con otras, chiringuitos atestados de turistas y coches haciendo cola para llegar a la playa. Poca gente imagina que siguen existiendo calas mas o menos vírgenes, en las que no se juntan mas de treinta bañistas, no hay chiringuitos a la vista y el acceso se hace a pie. Seguimos teniendo paraisos cercanos de los que disfrutar, el problema es que si todos queremos disfrutar de ellos, estos rincones dejan de ser paraisos. Es difícil el equilibrio entre el derecho a disfrutar de estos lugares y la obligación de no destruir lo poco que nos queda de ellos.
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