Acompaña a la Virgen en cada paseo que Ella da por la ciudad. La sigue con la alegría de quién sigue a una madre y aunque no la acompañe y vaya solo, siempre la lleva encima. Está al tanto de cada paso que dan sus pasos, de cada cambio en su salud y en su ropa, de cada celebración y de cada homenaje. Hay quién lo mira raro y no entiende tanta devoción por una imagen ni tantas atenciones por un trozo de madera, pero la Virgen le pinta una sonrisa cada día, le da alegría para cargar las penas y prudencia para llevar la felicidad, así que le importa poco lo que piensen de él y de su Virgen. ¿Importa acaso de dónde venga la alegría, si esa alegría la comparte con todos los que le rodean?
Hoy viaja en avión y lleva la misma sonrisa en sus ojos, el mismo rosario en sus manos y las mismas fotos que suele llevar en su cartera. Improvisa un pequeño altar en el asiento de delante y se prepara para el viaje con especial felicidad. Los pasajeros de alrededor miran con asombro porque piensan que tiene miedo a volar y se encomienda a la Virgen para que no haya incidentes, pero su imborrable sonrisa les desorienta un poco. Alguien con miedo no sonríe, y es que no tiene miedo. Está ansioso por el viaje, pero no por llegar a su destino. Está ansioso por subir al cielo, al cielo donde sabe que están sus seres queridos que ya no están en la tierra, arropados por el manto de su Virgen que los cuida. Por eso se prepara feliz para el viaje, porque aunque sólo por un ratito y en avión, está deseando subir a pasear al cielo con Ella.
Muchas gracias a Ita, a Ceci y a Juan Alberto por la foto y la inspiración.
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