Somos muchos los aficionados a la fotografía, cada día más, porque cada vez es más fácil hacer fotos y porque las máquinas que tenemos cada vez las hacen mejor, y eso anima mucho. Un simple teléfono toma hoy imágenes con gran resolución, nitidez y calidad de colores, lo que hace no mucho tiempo estaba al alcance de muy pocos. Como digo, eso anima mucho a hacer fotos, y hacer muchas fotos es la mejor forma de hacer mejores fotos cada vez, por la práctica, y porque nos lleva a ver fotos de otros que hacen mejores fotos que nosotros. Los que nos sentimos fotógrafos intentamos hacer fotos estupendas de rincones fantásticos en ciudades maravillosas, en monumentos espectaculares y paisajes idílicos, para luego enseñarlas y sentirnos orgullosos de nuestro trabajo, pero seguramente habrá cientos que hayan fotografiado esos mismos lugares antes y mejor que nosotros, lo cual puede ser frustrante. Pero creo que no hace falta conseguir la mejor imagen de la Torre Eiffel o de la Sagrada Familia para ser un buen fotógrafo, lo que hace falta es aprender a inmortalizar lo que nos rodea. Esas fotos también hay que hacerlas, pero no debemos pensar en hacer una foto perfecta, porque nunca lo será. Las fotografías son a veces Arte, pero casi siempre son Historia, porque lo que queda congelado en ellas queda para siempre, y sólo necesitamos volver a verlas pasados unos años para comprobar como ha cambiado todo, nosotros incluidos.
Esta vista puede ser la que más veces he contemplado al levantarme a lo largo de mi vida y en todo este tiempo ha cambiado tanto o más que yo, que hoy cumplo treinta y tres años (10 de abril). Mirando ahora recuento todos los cambios que puedo recordar, como los edificios que no estaban y los árboles que han crecido, pero echo de menos haber pensado antes igual que ahora y haber sacado la cámara varias veces en este tiempo para tener imágenes de lo que hoy sólo son recuerdos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario