El primero que entra en un ascensor se coloca con la espalda pegada a la esquina enfrente de los botones, el segundo, en la esquina opuesta a los botones, junto al primero, el tercero junto a la puerta y el cuarto, dando la espalda a los botones. Todos mirando al centro e intentando hacer el ascensor más grande. Si hay un quinto que quiere entrar, hay un problema del que se da cuanta una vez dentro: ¿a quién dar la espalda? así que es normal que si hay un quinto esté intentando moverse para no dar la espalda todo el tiempo al mismo pero sin rozar a nadie, como el que se intenta agachar a por la esponja en una ducha pequeñita y no quiere rozar las paredes. Pocos momentos hay más incómodos que ese, cada uno esperando llegar a su planta cuanto antes y el ascensor subiendo a cámara lenta. Si los compañeros de viaje son conocidos, pero de poca confianza, la cosa es peor, porque nos vemos obligados a entablar conversación, y no hay conversaciones más típicas que esas. Que si el tiempo está loco, que si como está tu perro, que si la obra del vecino del quinto... Creo que sólo puede haber una situación más incómoda, y es una cola de caballeros que esperan para entrar en el aseo. Los hombres no solemos hacer cola porque tenemos más facilidades logísticas, así que cuando se monta una no tenemos experiencia. Que si es raro que en un bar tan grande sólo haya un aseo, que si el que está dentro tarda mucho, que si lo se me voy a la calle, y cosas peores. Lo malo es que cuando a uno le llega su turno y entra, el tiempo se le encoge, y empieza a pensar que los de fuera estarán rajándole, y si ya tienes la suerte de que al entrar el olor sea radiactivo, lo único en lo que vas a pensar es en que el siguiente va a pensar que has sido tu el origen del olor, y que va a buscarte con la mirada por el bar al salir del aseo. No hay mejor momento que ese para sacar el móvil y revisar los mensajes pendientes con la cabeza gacha.
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