Desde la azotea se respira mejor el aire fresco que baja de la sierra. Las estrechas calles del pueblo no dejan pasar los coches ni tampoco el sol, por los que son frescas en verano, pero tampoco dejan sentir bien el aire puro. Aquí todo es tranquilo porque hay pocos coches, poca gente, pocos bares... Lo que significa pocos ruidos y mucho descanso. Demasiado para los habitantes y suficiente para los visitantes. Las nubes que se mueven en el cielo y algunos pájaros que pasan y se posan en las antenas son los únicos motivos para pensar que estamos viendo la realidad y no una imagen fija. Los tejados se amontonan unos junto a otros y desde aquí arriba no se ve ni una acera de lo juntos que viven los vecinos. Es un pueblo tranquilo, de esos en los que cada vez hay menos niños y más ancianos, de los que llevan cuarenta años perdiendo población, de los que tienen calles con más casas vacías que ocupadas. De esos que la mayoría de los jóvenes sólo visita en vacaciones porque sus estudios o sus trabajos están en lugares más grandes y con más ruido. Desde la azotea veo un pueblo que si tiene suerte se convertirá en un museo con casas rurales que visitar los fines de semana, de esos que todos echamos de menos pero en los que pocos quieren vivir.
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