Yo soy turista, pero a la vez vivo en un sitio muy turístico, y a lo mejor por eso me doy más cuenta de lo que pasa. Viajo todo lo que puedo visitando ciudades y monumentos, haciendo fotos, comprando recuerdos y en general haciendo todas esas cosas que hacemos los turistas. Yo lo soy y me doy cuenta de que los turistas somos el principio y el fin de muchas cosas, deseados por los comerciantes y odiados por muchos vecinos. Que un lugar se vuelva turístico supone un cambio radical en su economía, y salir en las guías de moda, en el programa de moda, o entrar en los circuitos de moda puede significar que un pueblo deprimido de pronto empiece a abrir restaurantes y tiendas de recuerdos, revitalizando el pueblo y dando trabajo a sus desempleados, pero por contra convierte el lugar en un museo viviente, y cuando desembarcan varios autobuses con viajeros llegados de varias partes del mundo, a no ser que les quieras vender el queso de la zona, es mejor que salgas corriendo.
Es cierto que hay turistas y turistas, y que mientras unos visitan tranquilamente la zona intentando conocer y aprender cosas nuevas, otros se mueven como hordas bárbaras haciendo todo lo que no hacen en sus casas, pero cuando un lugar es muy visitado, sabes ciertamente que va a haber mucho de ambos tipos, aunque son los segundos los que más llaman la atención. Un ejemplo extremo es lo que supone la llegada de cruceros a un puerto, sobre todo cuando hablamos de puertos en pueblos pequeños. De golpe pueden desembarcar cuatro o cinco mil personas que inundan las calles desplazándose con la rapidez que les exige una parada de pocas horas, intentando ver mucho en poco tiempo. Es un tipo de viajero que además gasta poco dinero porque el tiempo no se lo permite, pero que es rentable por su cantidad, aunque en cada puerto los comerciantes pretendan venderte una alfombra persa, una lámpara de plata o unas sábanas de seda. Hacer un crucero es una forma fantástica de conocer algo de muchos sitios con la comodidad de que el hotel es el que te lleva de uno a otro, por lo que yo he ido de crucero y volveré a ir si puedo, pero al llegar a algunos puertos me quedaba la imagen de ser parte de un rebaño de ovejas que lo revuelve todo a su paso y deja el suelo lleno de "conguitos".
Siendo turista siempre me queda una sensación contradictoria: por un lado la de estar conociendo un lugar nuevo, ampliando mi visión del mundo y ayudando a prosperar a sus habitantes con mis gastos, pero por otro la de estar contribuyendo a acabar con lo que hace particular a ese lugar, porque una vez que lo inundamos los visitantes se convierte en una caricatura de si mismo, fomentando sólo los tópicos que lo hacen diferenciarse del resto del mundo. Más de una vez me he encontrado visitando "el mercado típico local", en el que los turistas nos hacemos fotos unos a otros comprando imanes para la nevera con la foto de cómo era el mercado cuando de verdad era local. Pero nunca se puede tener todo, y para conocer una plaza hay que pisarla.
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