miércoles, 27 de noviembre de 2013

Lobos con piel de cordero 26/11/13

Era una noche de invierno de hace siete u ocho años. Yo iba empujando el carro de un supermercado hacia los aparcamientos, cargado y descontrolado sobre unas ruedas que me intentaban llevar a algún lugar desconocido alejado de mi coche. Mientras luchaba por gobernarlo pasé cerca de una tienda de plantas y me llamaron la atención unos pequeños cactus de coloridas flores que había junto a la puerta. Nunca he sido muy cuidadoso con las plantas y siempre he evitado tenerlas, pero un cacto no se le muere a nadie por poca agua que le eche y poco sol que le dé, así que decidí comprar uno, asombrado por lo llamativo de sus flores. Al llegar a casa coloqué la maceta junto al ordenador en el que paso más horas que dormido, para poder disfrutar de su compañía y para que no se me olvidara regarlo. Tardé dos días en darme cuenta de que las flores no eran de verdad y me sentí engañado. En la floristería no me dijeron que fueran de verdad, lo creí yo sólo, así que sólo pude reprocharle a la oscuridad y al ingobernable carro mi error. En seguida empecé a pensar que las flores eran demasiado bonitas para ser verdad, y que debía ser la única persona que los había comprado sin saberlo. Falsas y llamativas flores que esconden duras y peligrosas espinas. Podemos aprender mucho de esos cactus que intentan ocultar lo que no son esperando engañar a incautos como yo. Es una buena metáfora que podemos aplicar bastante a menudo. Yo desde entonces voy más atento por la vida, a mi ya nadie me pincha.


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