Tengo claro que escuchamos lo que queremos escuchar y que es más fácil seguir la corriente cuanto más fuerte es. En los años en los que la burbuja inmobiliaria se inflaba con más fuerza, cualquiera habríamos comprado una cabina de teléfonos simplemente porque nos dijeran que tenía mucha luz, mientras que ahora el que va a comprar le pone pegas al Palacio Real porque tiene muchas ventanas que limpiar. Antes, un piso de cuarenta años era: "un piso con muchas posibilidades que reformar al gusto del comprador", ahora es "una ruina muy cara" aunque valga veinte mil euros. Un piso pequeño era "acogedor", mientras que ahora un chalet grande "requiere mucho trabajo" y el piso pequeño que ni nos lo enseñen. Uno orientado al norte era "fresquito en verano", ahora solamente es "una factura muy grande en calefacción", pero es que el orientado al sur es "una factura muy grande en aire acondicionado". Un piso sin ascensor era "un piso para gente joven y dinámica, ideal para alquilar a estudiantes", ahora es "¿quién va a querer subir el carrito del niño todos los días?". Una casita en la sierra era "un paraíso donde desconectar los fines de semana", y ahora no pasa de "un jardín demasiado grande que cuidar". Un estudio en el centro era "ideal para parejas jóvenes", aunque ahora un ático en el centro es "un barrio ruidoso dónde es imposible descansar".
Antes cualquier casa era una buena compra, porque todo el mundo vendía y compraba rápido, los precios subían, los bancos regalaban los préstamos y las casas duraban poco en el mercado. Había poco tiempo para pensar, así que llegábamos convencidos de comprar. Ahora es todo lo contrario, los precios bajan, los bancos casi no dan créditos y las mismas casas llevan años sin venderse, así que hay tanto tiempo para pensar que no nos convencemos nunca. Los carteles de venta se han cansado de tener frases como "construimos tus sueños". Ya no saben qué decir para convencernos, se han quedado en blanco.
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