lunes, 7 de octubre de 2013

Bajar del columpio 06/10/13

Los dos niños llevan en el columpio desde hace décadas, y aunque siguen teniendo cara de niños su vejez se ve en forma de óxido, abolladuras y polvo. Dejaron de moverse cuando los verdaderos niños de la casa se hicieron mayores y se bajaron por última vez del balancín, pero éstos son de lata y no pudieron hacer lo mismo quedando atrapados para siempre. En su caso se quedaron quietos, con la esperanza de que algún otro niño llegara para darles vida, pero los siguientes que llegaron tenían juegos más modernos con los que entretenerse, y fueron colocados en la misma estantería en la que siguen hoy, sobre libros de lenguaje anticuado y páginas amarillentas en el desván de los viejos recuerdos, donde se guardan los objetos que no se van a volver a usar pero cuyo valor sentimental impide tirar a la basura. Llevan tanto tiempo proyectando la misma sombra de la misma bombilla sobre la misma pared que ya ha quedado grabada. Grabada la sombra sobre la pared y grabado el recuerdo en la mente del niño que un día inventó historias con el juguete. Los recuerdos no tienen precio, como tampoco lo tienen los objetos que formaron dichos recuerdos y que son parte de nuestra historia. Todos tenemos nuestro columpio de lata, en la mayoría de los casos guardado sólo en nuestra mente, ya que nuestro desván se quedó pequeño un día, y nuestro columpio desapareció. Vale la pena buscar en nuestro recuerdo esos momentos en los que éramos felices con tan poco, y preguntarnos por qué nos bajaríamos aquel día del columpio para no subir más.

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