Los embalses empiezan a llenarse o empezarán pronto, porque a lo mejor las últimas lluvias de la semana y primeras de la temporada no han dado para llegar hasta ellos y se han quedado empapando el campo. En España los ríos están muy secos en verano, llenos en invierno y desbordados cuando hay tormentas, y eso tiene algo que ver con la forma que tiene de llover aquí, así que a alguien se le ocurrió que ésta era una tierra idónea para llenar de embalses, evitando así inundaciones y guardando el agua para momentos de sequía. Empezaron los romanos con obras como Cornalvo o Proserpina, que abastecían de agua Emérita Augusta y que siguen funcionando casi dos mil años después. Franco se tomó muy en serio continuar esta empresa, llenando España de pantanos mientras la llenaba de otras costumbres del Imperio Romano, como la forma de gobernar de caudillo y el saludo romano, pero al menos lo de los pantanos fue una buena idea y hoy solo quiero hablar de ellos. La construcción de embalses, como cualquier interacción del hombre con la naturaleza tiene muchas cosas buenas, pero también cosas malas. Al romperse la continuidad en los ríos los peces quedan aislados por zonas, sin libertad para reproducirse; al usarse el agua para regar o beber, llega mucha menos a la desembocadura afectando a la salinidad y formación de deltas y estuarios; al inundarse grandes superficies de terreno, perdemos pueblos, lugares históricos y miles de hectáreas de campo... En compensación controlamos mucho más las inundaciones, guardamos agua para momentos de sequía y convertimos en regadío miles de hectáreas de secano, por lo que parece que salimos ganando, aunque cualquier beneficio supone un coste.
Abrir un grifo y que salga agua es casi un milagro que pocas veces nos paramos a valorar, y lo debemos a que tenemos embalses y ya no dependemos de ir con cántaros a la fuente, que ya sabemos como terminan los cántaros de ir a la fuente. Aun así el agua de los embalses tampoco es infinita y basta un año seco para casi vaciarlos, así que seamos responsables cada vez que abramos un grifo y pensemos las cosas dos veces antes de llenar la bañera, que aunque los romanos se bañaban y no se duchaban, eran muchos menos que nosotros para repartir el mismo agua.
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