Es octubre y ya no es tiempo de bajar a la playa, o no debería, pero parece que este año el verano tiene la cola muy larga. Domingos como éste la playa está ya casi vacía, y sólo se encuentra gente en los pocos chiringuitos que no han cerrado por temporada y en el paseo marítimo. Pero hoy hace viento. Viento del bueno. Viento del que te hace cerrar los ojos y aun así te los llena de arena. Viento del que plancha las banderas con tanta fuerza que las deshilacha. Viento del que llena el cielo de grandes cometas de colores. Las cometas van y vienen a la playa y buscando el horizonte aprovechando que es uno de esos pocos días en los que hay tan buen viento. Son dirigidas por jóvenes que pueden estar horas colgados de ellas, literalmente. No son meteorólogos, pero están siempre pendientes de la evolución del tiempo, sobre todo del viento. Tampoco son pescadores, pero les interesa igual que a ellos el estado del mar. No se si tendrán información privilegiada y saben cuando se va a levantar viento o es que viven todos junto a la playa, porque minutos después de sentir las primeras bofetadas de arena, los aparcamientos junto a la playa se llenan con sus furgonetas Volkswagen cargadas con sus equipos. El viento es enemigo de la gente que va a la playa a descansar o pasear, pero es el socio indispensable de otros muchos que no van a la playa a quedarse como postes, sino a surcar los mares y cortar el viento con largas líneas blancas que les cuelgan del cielo. Los niños ya no vuelan cometas en el cielo, los niños se han hecho mayores y vuelan con sus cometas.
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