Me gustan los guiris. Es decir, me gusta ver guiris y me caen bien de entrada aunque no los conozca. En parte porque agradezco el interés de algunos por conocer nuestro país y nuestra cultura y la afición de todos por venir a gastarse sus ahorros o sus pensiones con nosotros. Por otra parte es porque yo me siento muy guiri. Cuando viajo me siento muy identificado con esos turistas extranjeros con ropas extrañas, una guía en una mano y una cerveza en la otra que intentan aparentar que conocen las costumbres del lugar. Por mucho que lo intenten se les reconoce antes de que hablen, y pienso que a mi también se me reconoce antes de que suelte una de las tres frases que me he aprendido en el idioma de turno. Ellos son guiris aquí y nosotros lo somos cuando vamos fuera. (Algún día contaré una muy buena anécdota de españoles por el mundo hablando idiomas). Me siento guiri y por eso me gustan los guiris que vienen aquí y se ponen a jugar a la petanca en enero y en la playa. No son tan diferentes de nosotros, son sólo personas en un país extraño en el que no se habla su idioma.
Lo que también me gusta de ser guiri es que veo que viajan mucho y por todo el mundo aunque sean más viejos que la playa en la que juegan a la petanca, así que me siento guiri con la esperanza de poder seguir viajando hasta hacerme viejo como ellos. Me aburre la petanca pero quien sabe, a lo mejor dentro de cuarenta años soy yo el que juega en una playa de Tailandia.
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