Cuando amanece ya hay un par de centenares de personas haciendo cola para entrar. Amanecer es una forma de decirlo, porque entre los que esperan y el Sol naciente hay una capa de paraguas, una de lluvia y una de nubes oscuras, así que tardan en darse cuenta de que se está haciendo de día. Están ansiosos por que todo comience y el agua les anima más que otra cosa, porque asegura espectáculo en la pista, desorden, descontrol, coches que cambian de neumáticos una y otra vez y que una y otra vez se equivocan y se salen en las curvas. En las oficinas supone hojas de estrategias por el suelo y recálculos constantes de variables, tiempos y opciones. La lluvia es lo que todos los aficionados deseas de un día en las carreras, y lo que más temen los equipos. Los pilotos se reparten entre los que son aficionados a correr y los que son aficionados a ganar, y para los que les gusta correr el agua en pista es un reto.
Huele a combustión de motores y a gomas que secan el asfalto al frenar. Los coches anuncian su llegada tirando petardos al reducir de marcha antes de las curvas y silbando al pisar a fondo después de ellas. La afición se levanta en cada vuelta jadeando a su piloto favorito y las pequeñas luchas particulares, porque en la grada, dónde la visión queda reducida a unos pocos cientos de metros de pista, es más interesante una lucha igualada por la décima plaza que un líder que marcha en solitario camino de una aburrida victoria. Hay entradas a boxes, salidas de pista, banderas amarillas y rojas, nervios, enfados y tensión, mucha tensión, porque deja de llover y vuelve, se seca la pista sólo por un rato, y la toma de decisiones es cada vez más difícil. Los pilotos ganan o pierden diez puestos en una vuelta y no saben si la suerte les dará más opciones. En la grada, la jornada empezó a las cinco de la mañana y no van a dejar que nada la estropee. Por la tele lo que importa es quién gana, en la grada quién gana es la afición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario