Cruza la ciudad en una Vespa, que no es lo mismo que ir en moto. Le gusta sentir el aire en la cara y mientras lo hace sonríe, porque no va tan rápido como para tener que apretar los labios y fruncir el ceño. Vive cada momento que vuela sobre las dos ruedas. Disfruta del viaje y mira a los lados viendo el mundo en movimiento a su alrededor, y es que lleva tantos años y tantos kilómetros subido a su Vespa que ya le parece que lo que se mueve es el mundo cuando aprieta el acelerador. La Vespa tiene más años que él, pero ella le sigue respondiendo como puede y él la cuida lo mejor que sabe. Conoce todos los caminos para llegar a todas partes y ha aprendido a esquivar los atascos sin poner en riesgo su vida. Siempre tiene los pies en el suelo aunque vaya unos centímetros por encima. Nunca llega tarde al trabajo, el supermercado siempre está más cerca que su despensa y en el bar siempre tienen una banqueta para él y un hueco en la puerta para ella. Sus hijos adoran la Vespa y les encanta agarrarse fuerte a la cintura de su padre mientras tienen la cabeza pegada a su espalda. En el colegio son la envidia de los demás cuando se bajan, se quitan el casco y su padre les coloca un poco el pelo, aunque la raya con la que salieron de casa no volverá a aparecer. Pasa tanto tiempo sobre la Vespa que necesita recordar constantemente las cosas que deja fuera, y pensar en su familia le mantiene prudente y respetuoso. Quiere mantener los pies en la tierra mientras se cruza con los peligros de la calle, por eso ha forrado con césped el suelo que pisa. La otra opción es que nada de lo anterior sea verdad y que la Vespa pertenezca a un moderno con la camisa de cuadros abrochada hasta arriba que la ha comprado simplemente para vacilar. Un complemento igual que lo son sus gafas o su reloj Casio dorado, pero como eso sólo no es lo suficientemente moderno ha decidido poner el césped para que tontos como yo le hagamos fotos. Me gusta más la primera historia, así que para mi esa es la real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario