Mover el bigote es sonreír pero sobre todo es sinónimo de comer bien, lo que implica terminar sonriendo, más aún si la comida viene acompañada de una buena charla. Es tiempo de braseros y mesas camilla, de buenas comidas y reencuentros, de sonrisas y lágrimas y de mover mucho el bigote. Con pocas cosas disfrutamos tanto como con una buena comida en la que hablar, reír, comer, beber y mover el bigote va todo unido. Mesas largas con la familia unida y llenas de amigos, rebosantes de platos rebosantes a su vez de manjares. Manteles manchados por las risas y los recuerdos. Risas entre los que están y recuerdos para los que no pueden estar, porque tenemos muchas mesas en las que queremos estar y no podemos estar a la vez en todas. Las llamadas y los mensajes completan los huecos vacíos de nuestras mesas, y con ellas comprobamos que los demás también mueven el bigote, y nos alegramos y sonreímos con ellos aunque no puedan vernos, porque hay sonrisas que se leen en la voz del que habla, aunque no lo veamos mover el bigote para confirmar que está sonriendo. No deberíamos ser distintos en Navidad que en otra época del año, pero lo que sí es cierto es que en Navidad estamos más juntos y más veces con los que más queremos, y así tenemos muchas más opciones de estar juntos, sonreír y como ya me he cansado de repetir, mover el bigote, aunque ya casi nadie lo lleve puesto.
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