Los que tienen trabajo en España pasan mucho tiempo fuera de casa. En España tenemos horarios imposibles que nos llevan a pasar más tiempo en el trabajo que en el sofá de casa, así que cuando volvemos al sofá queremos estar cómodos. Los que no tienen trabajo tienen la excusa contraria, pasan tantas horas en casa que quieren estar más cómodos aún, así que buscan cómodas ropas para estar en el sofá. Nos venden, y compramos, pijamas que no parecen del todo pijamas, si no más bien ropa de estar por casa, para que así no nos de tanto apuro estar con ella fuera de la cama. Es ropa para estar emperrados cuando no esperamos visitas, aunque a las de confianza no nos importa recibirlas así. Para completar el conjunto calzamos nuestros pies con alpargatas y pantuflas de lo más variado, como gigantes patas de animales, zapatillas con el escudo de nuestro equipo o imitaciones de zapatos de calle para los que no quieren aparentar ir en ropa de casa. La variedad es infinita, y si bien es fácil ir por la calle y encontrar a alguien vistiendo tu misma camisa o tus mismos zapatos, es casi imposible encontrar a otro calzando tus pantuflas. Será porque cada vez que venden una de un modelo retiran el resto del mercado.
Hay gente que se siente tan cómoda en pijama que no les importa salir a la calle con él a tirar la basura a última hora del día o a pasear al perro a primera hora de la mañana, y es que pensarán que para cinco minutos que van a tardar no les sale a cuenta cambiarse dos veces de ropa. Algunos, aunque en este caso es justo especificar que suelen ser algunas, han cogido costumbre y confianza y después de pasear al perro van a la panadería, y tras comprar el pan desayunan en bata, y si se descuidan con los rulos, y suelen ser causalmente de las que llevan pijamas y pantuflas que parecen pijamas y pantuflas. Algún día cazaré a alguna de esta guisa y tendré para otro artículo. He visto en algún bar cartelitos en los que avisan de no atender a nadie en pijama, y he visto en una fiesta de fin de año a una cuadrilla de chavalas que a la media hora de entrar y al no aguantar los tacones de aguja los han cambiado por babuchas de estar por casa. Eso sí, aprovechando la gran variedad que hay, todas tenían plumas, brillantitos o pompones y todas las llevaban a juego con el bolso.
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