jueves, 27 de marzo de 2014

Las olas de La Caleta 14/03/14

Paseo por Cádiz con una sensación extraña, la de tener recuerdos de ella haciendo tanto tiempo que no la visito que no debería recordar mucho, pero recuerdo, porque es una ciudad que he visitado mil veces a través de libros y canciones. Canciones que ahora tarareo mientras camino y que no soy capaz de olvidar según unos grandes amigos me guían por las intrincadas calles de una ciudad tan libre que casi consigue ser una isla. Me cruzo con gaditanos que sonríen mientras se oyen cañonazos franceses que asedian la ciudad, con escaso éxito. Sigo los pasos de los diputados camino del Oratorio de San Felipe Neri, dispuestos a firmar nuestra primera Constitución. Escucho un tanguillo al pasar por una plaza que es poco más que un callejón, y me cuesta entenderlo porque lo cantan unos Borrachos, cuando me doy cuenta de que estoy en la Plaza del Tío de la Tiza. La música de chirigotas me lleva hasta La Caleta, protegida por sus dos castillos y por sus dos murallas de roca que quedan a la vista cuando baja la marea, y que defendían la playa antes de que la playa tuviera una ciudad detrás, y sentados mirando al mar vemos como el Sol nos deja siguiendo el camino de tantos españoles que cruzaron el Atlántico partiendo de aquí. Mientras, escucho en mi cabeza a Carlos Cano cantando una y otra vez Habaneras de Cádiz, y pienso que ese Sol también la va tarareando hasta La Habana, uniendo otra vez dos orillas como ya lo estuvieron antes. 

Cádiz es una ciudad a la que uno siente que está volviendo, aunque sea la primera vez que la visita.


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