miércoles, 12 de marzo de 2014

Estimados clientes 20/02/14

La burbuja inmobiliaria la inflamos, voluntariamente o no, entre todos los que compramos o vendimos viviendas, pero lo hicimos con el aire que nos daban los bancos. Si no hubiera sido porque ellos aumentaron los plazos de devolución de los préstamos hasta treinta, cuarenta y cincuenta años, los precios no habrían subido tanto, porque lo que limita el precio de la vivienda que podemos comprar es la cuota mensual, no el precio en si. Durante unos años los bancos y cajas abrían oficinas en cada esquina, en ocasiones sólo con la excusa de haber financiado la construcción de una promoción cercana, y con la esperanza de quedarse como clientes a los compradores de esas viviendas. Lo veían como una forma de empezar en una plaza Nueva, y así teníamos cajas asturianas con oficinas en Málaga, o aragonesas en Murcia, todas levantadas a la estela de las nuevas construcciones. Eran muchas oficinas para repartirse los clientes los mismos clientes, y es que a lo mejor los bancos también vivieron por encima de sus posibilidades. Con la crisis llegaron los recortes de personal y el cierre de oficinas, y en las puertas de las mismas se empezaron a colocar carteles que decían cosas como: "hemos trasladado esta oficina a Villaconejos de la Sierra", cosa que todos veían falsa porque sabían que la de Villaconejos ya existía de antes. Como los clientes hipotecados en los años de la burbuja deben más dinero del que valen sus casas no pueden cambiar de banco, muchos se encuentran abandonados por el suyo, como el caso extremo de la única oficina que había en la isla de La Graciosa, que al cerrar recordaba a sus clientes que les seguirían atendiendo en la oficina más cercana, en Lanzarote. Cualquiera va a reclamar ahora las comisiones de mantenimiento a Villaconejos, con la de curvas que debe haber en la carretera de la Sierra, al menos los de la Graciosa se dan un bonito paseo en barco con el que templar los ánimos antes de vérselas de frente con el nuevo director. 

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