Hay países, como todos los de tradición anglosajona, en los que sólo se tiene un nombre y un apellido, que suele ser el del padre, y como mucho se suele añadir un segundo nombre que se usa poco más que para poner su inicial entre en primer nombre y el apellido. En España heredamos el apellido de la madre igual que el del padre, tenemos nombres compuestos que solemos usar y si el apellido del padre es muy común, como García, hay quien se apunta los dos del padre separados por un guión, como García-Escudero, inventando un nuevo apellido compuesto. Por si fuera poco todo esto, también somos muy de ponernos mote o motes, porque solemos tener más de uno. En los pueblos se puede heredar el mote de la familia de la madre o de la del padre, o los dos, y también te pueden asignar un nuevo mote a ti, con lo que la cosa se complica. Los motes heredados se suelen llevar con orgullo porque solemos sentir orgullo cuando nos relacionan con nuestra familia, pero los que nos tocan a nosotros no siempre los aceptamos bien desde el principio. No es lo mismo que te llamen Pelona porque se lo llamaba a tu abuelo que por que estés calvo con veinte años. Con el tiempo y la costumbre los motes se terminan aceptando, más por resignación que por otra cosa, y es que cuanto más se resiste uno a ellos, más se cabrea y más discute, más disfrutan los demás diciéndolos. Así que no hay nada mejor que hacer como que no nos importa, porque así es más probable que dejen de llamarnos por él. Eso o asumirlo con orgullo, como una forma de que todo el mundo nos reconozca a nosotros, a nuestros futuros hijos y a nuestros negocios:
-¿Dónde vas a comer hoy?
- Donde la gorda.
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