Esto es una ciudad en fiestas. Esto son murgas que escriben y ensayan durante meses, que suben a las tablas de un teatro como si fueran profesionales, pero que además de aplausos buscan lo que ningún profesional: que se rían de ellos. Esto son comparsas que inventan bailes para que la calle se mueva a su ritmo. Esto son miles de personas anónimas que buscan divertirse y divertir, que trabajan cientos de horas en un disfraz o que se ponen lo primero que encuentran para disfrutar y alegrar a los demás. Esto son unas calles que sueltan risas por las esquinas y que retumban con tambores y platillos, donde todo está al revés y donde cada paso es una nueva sorpresa. Osos de peluche bebiendo alcohol, vacas comiendo bocadillos, indios mirando el móvil, superhéroes sin superpoderes, bebés de metro ochenta, mujeres con barba, músculos de gomaespuma, astronautas hablando con esquimales, dinero de cartón y joyas de plástico. Esto son días en los que ser lo que uno desea, o en los que denunciar lo que no nos gusta. Esto son días de enseñar los dientes, riéndonos o señalando con enfado las injusticias y a los injustos. Esto es gente que dedica su tiempo a hacer disfrutar a los demás gratis, en una época en la que nada es gratis. Esto son cuatro días en los que gastar las fuerzas acumuladas, en los que no parar en casa, en los que mezclar las risas y la emoción, las críticas y los aplausos, la parodia y el homenaje. Estos son días de máquinas de coser y pistolas de silicona echando humo, de telas de colores y de caras pintadas, de imaginación y de burla. Esto es alegría pese a las penas, ¡esto es Carnaval!
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