En la casa ya no había sitio para más literas cuando el llegó, o lo llegaron, porque los niños no llegan por su cuenta si nadie los encarga. Era una casa pequeña, con sólo dos dormitorios en los que había muchas sábanas y pocas alfombras, y en los que fregar el suelo era tan difícil como hacer las camas. Eran tantos niños y tan seguidos que la ropa iba pasando de unos a otros a través de la lavadora, sin necesidad de doblarse y colocarse en armarios. Lo llevaban todo puesto, hasta la comida, que encontraba estómagos tan vacíos y bocas tan abiertas al entrar en casa, que tardaba menos en ser consumida que en ser guardada en la alacena, así que usaban los huecos para otras cosas. Usaban los huecos para guardar niños, que guardaban a su vez comida y ropa en donde debería haber cajones y estantes, y a le tocó bajo la escalera. Niños con cajones por estómago y perchas por hombros que tenían prohibido crecer antes de que los mayores abandonaran la casa, y si crecían, sus padres los castigaban mirando un rincón en casa del vecino, porque en la suya no había rincones libres.
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